Mi pato Mauricio

Yo tuve un pato llamado Mauricio.

Pues sí, cuando todo el mundo tenía un perro, un gato... a mí mis padres me regalaron un pato. Un pato al que llamaron Mauricio. ¿Por qué? pues no lo sé, pero ese fue su nombre hasta la muerte. Y es lo que pasa cuando tanto los perros como los gatos te dan alergia y tus padres quieren regalarte una mascota. Nada mejor que un patito. ¡Bonito, bonito!

No sabría decir cuánto tiempo fue parte de la familia, pero aún mi madre, a día de hoy, suele contar las anécdotas que nos hacía vivir Mauricio.

Lo normal es sacar a pasear a tu mascota con la correa al cuello. Pues a esa mascota ponle cabeza y cuerpo de pato. Tal cual, mi señora madre cuenta que sacábamos a pasear al pato con correa. -¡Porque anda que no corría!- Yo la verdad, es que de eso no me acuerdo nada de nada, no pasaría de los 7-8 años.

Lo que sí recuerdo fue cuando creció tanto que tuvimos que "echarlo" de casa, porque Mauricio necesitaba emanciparse de las cuatro paredes donde residía, y le hicimos una pequeña caseta en un patio comunitario que tenía el edificio. Un patio con plantas, flores y verduras varias.

Todos los días, le dábamos los buenos días desde el balcón del tercer piso donde vivíamos, y Mauricio miraba hacia arriba y "cuak-cuak" ¡Qué listo era mi Mauricio!

Todos los días el nombre de Mauricio sonaba en el patio, en balcones varios. Muchos eran los vecinos que llamaban a Mauricio para que éste le respondiera con su tradicional "cuak-cuak".

Todos los días Mauricio se daba el atracón, pues no solo mi familia y yo le dábamos de comer ¡Le encantaba el jamón york!-dice mi madre. Y todos los vecinos le lanzaban comida por el balcón.

Todos los días, cuando los vecinos nos conocíamos al completo, no como ahora; cuando los vecinos éramos amigos y no solo conocidos, no como ahora; cuando nos reuníamos en la calle para jugar, no como ahora; cuando pasabas más tiempo en la calle que en casa, casi como ahora pero sin videoconsola; todos los días, mis amigos y yo bajábamos al patio para jugar con Mauricio. Lo hacíamos correr, lo acariciamos, y le hablábamos, porque era tan listo... ¡Ay, mi Mauricio!


Pero un día, el vecindario comenzó a dar la voz de alarma. Las flores dejaron de creer, las plantas perdieron las hojas y las lechugas ¿¿Qué lechugas?? ¡Qué listo era mi Mauricio!

Mauricio había crecido tanto y tenía tanta complicidad y confianza que se pasó de la raya. Y así, día a día, los vecinos comenzaron a decirle a mi madre que había que sacar a Mauricio del patio. Y así fue.

La del primero ofreció llevarlo junto a su madre, que tenía gallinas y gansos, y para allí se fue a vivir. Otra familia lo adoptó.

Ese verano lo continué viendo, pues muchas tardes aprovechábamos para ir a la piscina de la nueva familia de Mauricio, pero el verano pasó y Mauricio salió de mi vida.

De vez en cuando mi madre preguntaba por él, hasta que pasada la Navidad, la respuesta no fue "genial!" “muy feliz! Y sin embargo fue, “estaba tan gordito...” ¡¡Mi Mauricio!!


Y esa es la historia de la mascota de mi infancia.

A día de hoy, cuando veo patitos, sigo llamando... ¡Mauricio! ¡Mauricio!

Y por él va este rastreable, porque aunque sigue vivo en mi memoria y corazón, también quiero compartirlo con todo aquel que se cruce con este cuac-cuac viajero.


CÓDIGO RASTREABLE

CB1QWT

Y MAURICIO TOMÓ EL TRANSIBERIANO

Mongolia

Russia

Lago Kunming

China


Tianamen


Ciudad Perdida


La Murada de China